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Música y Filosofía

Desde que Hermes ofrendara a Apolo la lira que había construido con la caparazón de una tortuga, y Orfeo lograra abrir las puertas del infierno con el poder de su música, muchos auletas (quienes tocaban el aulós, instrumento musical de viento de la Antigua Grecia) hicieron oír sus melodiosos sones, y los citarodas (el músico que lo hacía con la cítara) acompañaron sus cantos pulsando instrumentos de cuerda. Antes de que surgiera el complejo sistema de la música, existía la inquietud de explicar en qué consiste este arte particular que no tiene una expresión material concreta sino que se disuelve en el aire para no retornar jamás.

Óleo: "Orpheus", 1890. George de Forest Brush

Óleo: "Orpheus", 1890. George de Forest Brush

Algunos, como Pitágoras, creyeron encontrar la respuesta en la razón matemática entre las longitudes de las partes del "monocordio" que daban lugar a los sonidos más graves o más agudos. Mientras tanto, poetas y músicos seguían ideando y entonando himnos, peanes y ditirambos, transmitiéndolos de generación en generación, ensayaban y experimentaban agregando perforaciones o cuerdas a sus instrumentos, y perfeccionaban su afinación, con lo cual hasta llegaron a establecer estructuras musicales llamadas "harmoniai", características de sus regiones de origen: eólica, dórica, frigia, lidia, jónica, y asociadas con sus correspondientes escalas. Sus creaciones se transmitían oralmente y se conservaban en la memoria individual y colectiva: la notación surgió mucho después. Por su parte, los filósofos hicieron oír sus opiniones con respecto al valor moral y educativo de la música. Platón discurre sobre el tema en sus obras República y Leyes, y Aristóteles hace lo propio en Política. Está presente en ellos la idea, heredera del pensamiento mágico, de que la música ejerce un fuerte poder, incluso maligno, sobre la mente, de ahí que sea importante que el legislador y el gobernante intervengan para que estas fuerzas se dirijan en una dirección apropiada. Platón consideraba que la permanencia e inmutabilidad de las formas musicales garantizaba que los ciudadanos se inclinasen por el orden, y que por el contrario, toda innovación en materia musical engendraría confusiones y desviaría del recto camino de la razón y la virtud (Leyes II 665-700, III 700, VII 799 ). Los dos filósofos coincidieron en que la música "imita" las pasiones del alma: "ritmos y melodías pueden representar [...] la ira y la mansedumbre, el valor y la templanza y sus opuestos [...] con lo cual resulta que escuchando la música nosotros mudamos nuestro estado anímico" ( PoI. VIII 1340 ab) En consecuencia, las diversas harmoniai operan diversos efectos: el modo mixolidio entristece al hombre y lo inclina a la seriedad, el dórico inspira un temperamento moderado y tranquilo, el modo frigio despertará entusiasmo. Por su parte, Platón consideraba que las harmoniai sintolidia y mixolidia eran plañideras, la jónica y la lidia blandas y conviviales, la dórica viril y decidida, y la frigia pacífica y apropiada para persuadir, motivo por el que recomendaba a estas dos últimas para la educación de los futuros gobernantes y rechazaba las anteríores (República, III 398-99). En el estado ideal no admitía más que las melodías convenientes para una buena formación del carácter. Aristóteles, en cambio, consentía en que se practicaran no sólo las músicas edificantes sino las que tenían por objeto el mero entretenimiento, y hasta las melodías como las de la flauta, que provocaban emociones desenfrenadas, por su potencial efecto catártico. (PoI. VIII 1340-41).

Referencia: Cotello, B. (1999). Aristoxeno de Taranto. Su aporte a la teoría de la música occidental. Rev. Circe, (4) 149-165


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